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"327 alumbramientos por las huellas del olvido

EL REGRESO DEL ARCO IRIS

Por Manuel Cifuentes

 

 

El único error de mi papá, el único pecado, fue haber vendido por necesidad, unos libros de los que desconocía su contenido. Porque cuando las heladas acabaron con la cosecha y se perdió todo y el banco comenzó a apretarlo y él no tuvo con qué traer comida para la casa, comenzó a vender en el pueblo los libros que un amigo suyo de la infancia había dejado guardados en unos baúles inmensos. Esos libros en la casa nadie los leía, y en cambio hacían un gran estorbo.

 

Mi papá cada que iba al pueblo llevaba una mochila con libros y los vendía a varias personas en la galería y en la plaza, por cualquier cosa, porque él no sabía su valor. Y como se los compraban con facilidad, vio que era una forma de salir de los apuros.

 

Muchas personas se enteraron que papá vendía esos libros, que eran mucho más de mil… cantidades. Pero pasó lo peor. Se empezó a regar el rumor de que don Ramón, como se llamaba mi papá, estaba fomentando la revolución con la venta de libros; que él, disimuladamente les estaba llenando la cabeza de cosas malas a los muchachos, diciéndoles que se fueran para el monte.

 

Pero yo, que mantenía tanto con papá, detrás de él a toda hora, porque era muy cariñoso con nosotros, sé que eso no era cierto. Jamás leyó esos libros; no tenía ni idea de su contenido, porque él había estudiado muy poco. Y cuando se sentaba a leer, sólo tomaba las mismas revistas viejas de Condorito que tanto lo hacían reír hasta estallar en carcajadas. Las repetía y las repetía; y mi mamá le decía que él si era mucho pendejo, que si no se cansaba de leer y leer las mismas bobadas.

 

A pesar de lo que empezaron a decir de papá por los libros, en diciembre, un domingo, él separó una cantidad grande, bajó al pueblo en el carro de las nueve, nos prometió a mí y a mi hermanita Sonia que nos traería unos regalos. Ella le encargó dos muñecas y yo dos manojos de bolitas de colores para jugar al pipo y cuarta.

 

Según cuenta don Juaco, el dueño del granero Central, papá vendió todos los libros y se fue para la cacharrería a comprarnos los regalos y un vestido para mamá, para que estrenara el veinticinco.

 

Varias personas vieron cuando él se subió en el campero de don Ignacio a las seis de la tarde. Pero después no se supo nada de él. A don Nacho, el conductor, lo encontraron sobre el volante de su carro con dos tiros en la espalda; como que se trató de defender. Y de mi padre y los demás no se supo nada hasta hoy, tres años y unos meses después. Desde esa navidad; y de ahí en adelante, nuestra vida cambió para siempre; todo ha sido tristeza y sufrimiento. Hasta el arco iris que todas las tardes salía cuando papá regresaba de las labores del campo con frutas frescas para Sonia y para mí, no volvió a salir, o no lo volvimos a ver igual.

 

Ayer le llegó una citación a mi mamá. No recuerdo de dónde, le decían que fuera a la cancha de fútbol para que reconociera los restos de mi papá; como si hubiera mucho por reconocer. Que porque don Constantino, el señor más rico de por acá que resultó ser un comandante que se entregó, está cantando todo, o casi todo, porque no creo que confiesen por completo sus fechorías. Y dijo dónde había mandado a enterrar a algunas de sus víctimas, y entre ellas estaba mi papá. A mí no me llevaron; fueron mamá y mi tío Alonso. Pero después que ellos salieron, yo me fui sólo, sin que me vieran. Y cuando los ubicaron a todos en la cancha, yo me metí por un roto de la malla; y muy rápido supe entre todos, cuál era mi papá, porque a su lado, tenía intacto aunque bañado en lodo, un manojo de bolitas de colores de los dos que yo le había encargado ese domingo de navidad que se desapareció, o más bien, que lo desaparecieron.

 

Cómo me querría mi papá, que me imagino que protegió hasta el último momento de su vida, al menos uno de mis dos manojos de bolitas. Y ahora caigo en cuenta de muchas cosas. Entre ellas, que don Constantino, que en la radio y en la televisión apodan El Taita, por ser el jefe de muchos de esos bandidos, siempre quiso que mi papá le vendiera la finca por cualquier cosa, porque queda a la orilla de la carretera y porque tiene la mejor agua para darle de beber a todas esas reses que según dicen, le quitó a los campesinos a costa de intimidarlos. Todo ese ganado, lo traían tarde en las noches, que para que nadie se enterara. Y no contento con matar a papá, mantenía encima de mamá diciéndole que se fuera a vivir al pueblo, que le vendiera la finca.

 

Me imagino que después de lo de mi papá no tuvo corazón, si es que alguna vez lo ha tenido, para sacarnos de allá o matarnos a todos. Si no lo hizo, tuvo que ser por la amistad de mi mamá y su esposa, doña Hortensia, que siempre van a misa juntas, aunque no sé a qué, porque hasta ahora los rezos no nos han servido de mucho.

 

Pocos días después de la navidad en que desapareció papá, mamá y yo fuimos a la casa de don Constantino. El nunca estaba allá; seguramente por andar con esos hombres matando gente.

 

Llegamos a la hacienda; estábamos muy mal, desesperados buscando a papá por todos lados con la esperanza de encontrarlo vivo. Doña Hortensia le dio muchos ánimos a mi mamá. Yo creo que ella no sabía nada de las andanzas su esposo.

 

Luisa, su hija, me invitó a jugar. Tenía entre tantos juguetes, dos muñecas muy hermosas; y aunque me pareció muy extraño, sacó un manojo de bolitas de colores, de las mismas con las que hoy desenterraron a mi papá. Yo pensé que sólo los hombres jugábamos al pipo y cuarta, pero ella lo hacía muy bien. Nos divertimos toda la tarde, a mí el tiempo se me fue volando; con ella, uno quisiera estar todo el día. Cuando comenzó a oscurecer regresamos a casa, con mi mamá un poco más tranquila.

 

Acá estamos en la entrada de la cancha. Mi mamá me encontró y además del regaño, me metió dos pellizcos terribles que porque no le hice caso, pero yo me aguanté y me quedé con mi tío. El está leyendo el listado de las personas que cantó El Taita, o don Constantino, y me dice que como es la vida de irónica, que esto es como en las telenovelas pero al contrario, que en ellas, a los actores los nombran por orden de aparición, y que en esta lista, en la que está papá, es por orden de desaparición, pero más larga.

 

A mi mamá le entregaron un documento, de los que dan los médicos esos que saben de qué mueren las personas, mi papá no murió el domingo ese, sino mucho después, seguro lo torturaron mucho, comenta mi tío y que por último, le dieron un tiro en la cabeza, de pronto esperado que cantará. Y qué iba a cantar el pobre Ramón, se ríe Alonso, si no tenía in idea de qué estaba acusado, como tantos acá.

 

Ya se está oscureciendo, todos los familiares han traído velas para colocarle a los cuerpos, sin importar si son sus seres queridos o no, hasta a los que no han podido identificar, porque como dice mamá, el dolor nos ha unido.

 

Yo que estoy parado en una punta, veo como se pierden a la distancia las luces de las velas de los últimos cajones. Parece el alumbrado de la Virgen del ocho de diciembre. Y como ya habíamos llorado y sufrido tanto, que se nos acabaron las lágrimas, esto parece más bien una fiesta de reencuentro. Todos los niños estamos jugando, y los adultos tomándose unos aguardientes, y contando chistes a escondidas de las mujeres.

 

Yo quisiera que me entregaran las bolitas de mi papá para lavarlas y jugar con ellas, pero no soy capaz de decirle a mamá.

 

Acá están todos mis amigos. Algunos, porque también tienen sus muertos y otros, por acompañarnos. La única que no está es Luisa, ni su mamá, porque nadie quiere saber de su familia. Pero yo, que ando enamorado en silencio de ella y que cada que la veo las piernas se me ponen como gelatinas y algo se me atranca en la garganta, quisiera que estuviera acá a mi lado, jugando conmigo y con Sonia.

 

Como los cuerpos eran tantos y ni ellos ni todos nosotros los dolientes cabíamos en la iglesia, la misa fue en la plaza, a pleno sol. Y cuando se acabó la ceremonia, antes de salir para el cementerio, yo esperé al padre Jacinto, le pedí que me escuchara un momento y le pregunté que si no era pecado estar enamorado de la hija del asesino de mi papá. Y él me dijo que aunque yo era muy pequeño para andar en amoríos, eso hacía parte del proceso del perdón, por lo que yo no tenía por qué preocuparme.

 

Como el padre Jacinto me dijo que el amor conlleva al perdón, aunque yo no lo veo tan fácil, al menos con don Constantino, le dije a mi mamá que fuéramos a visitar a doña Hortensia, a la casa de la hacienda, que intentáramos mostrarle que podríamos seguir siendo amigos a pesar de todo.

 

Mi mamá aceptó porque aunque no me lo dice, sabe que yo ando loco por Luisa. Fuimos hasta la casa y nos encontramos con la sorpresa que estaba vacía. Según nos dijo un vecino, doña Hortensia no aguantó la pena por la culpa de lo que hizo su esposo, y en la noche del velorio de todos los cuerpos, abandonó la finca llevándose a Luisa, llevándose uno de mis pocos motivos de alegría.

 

Cuando le di toda la vuelta a esa casa tan grande y llegué al patio trasero, en el jardín donde jugábamos Luisa y yo, encontré una canasta con el manojo de bolitas de colores que ella tenía en la navidad que desapareció papá y las dos muñecas, de las mismas que mi hermanita le había encargado ese domingo. Era lo único que habían dejado. Hasta el jardín se veía triste, las flores no eran hermosas y brillantes como cuando estaba ella. Yo busqué disimuladamente, a escondidas de mamá a ver si ella me había dejado alguna carta, alguna nota, pero nada, ni una letra.

 

Tomé las bolas y las muñecas. En últimas, nos pertenecían a mi hermanita y a mí, porque el viejo miserable ese de don Constantino no tuvo escrúpulos para arrebatárselas a mi papá y llevárselas a su hija, como si no tuviera para comprarle un regalo con su propio dinero.

 

Hoy está haciendo una tarde muy hermosa. Voy a ir al cementerio a contarle a papá que recuperé los regalos de esa navidad. Pero no le voy a decir que perdí a mi primer amor. Para qué lo voy a preocupar con mis penas, o a hacerlo enojar contándole que la que me tiene loco es la hija de don Constantino.

 

Mi mamá tomó una piedra grande del jardín donde se sentaba mi papá a cantarle rancheras en las noches, mientras ella le acariciaba el cabello, y le escribió su nombre para ponerla en la tumba, porque aún no le hemos mandado a hacer la lápida.

 

Mamá y mi tío, se han echado la finca al hombro, según dice ella, los muertos nos dan fuerzas para seguir adelante y aunque hemos perdido a papá y casi todo de lo poco que teníamos, nos queda vivo su recuerdo, su amor y mucha de su verraquera. Y eso y la dignidad que tenemos a pesar de la pobreza, nos sacarán adelante.

 

Al menos ya sabemos que papá está muerto, ya no es un desaparecido más, aunque sea un consuelo que de nada sirve.

 

Mientras ellos dos trabajan, yo estoy sentado esperando que salga de nuevo el arco iris, como lo hacía antes. Pero recuerdo que cuando viene mi abuelo dice que por estos ríos ha corrido tanta sangre, que si el arco iris vuelve a salir, será sólo de un rojo intenso; y mi tío le dice que ni eso, que con tanto luto, escasamente gris sería.

 

Ahora leo y releo las revistas de Condorito de mi papá y me río a solas igual que él. Y por la noche, voy a tomar los libros que aún quedan, haré una pila con ellos y los quemaré para no repetir su historia, y para que las llamas suban tanto, tanto, que donde quiera que esté Luisa sienta que ardo de amor por ella. Y con las cenizas, voy a abonar las flores de su jardín. Porque cuando cumpla los catorce, le voy a decir a mamá y al tío que nos vamos para la ciudad a buscarla, para que vuelva, para cambiar de vida y volver a ver de nuevo el arco iris de todos los colores.

 

Hace un rato estaba viendo un partido en la tele. Yo no me pierdo ninguno del Brasil, porque quisiera ser como Ronaldiño. Cuando de repente, en el momento en que el picadito estaba más bueno frente a la Argentina, interrumpieron la transmisión para dar una noticia. Y que sorpresa me llevé, cuando lo que dijeron fue que en una cárcel de Bogotá, habían encontrado ahorcado, colgado de su celda al Taita, a don Constantino, que porque como se lo iban a llevar para otro país a pagar por sus culpas, había preferido quitarse la vida. A mí me corrió un frío por todo el cuerpo. No sé si de felicidad, de alivio o de qué otra cosa. Y mientras fui al patio a llamar a mi mamá y a gritarle a mi tío que estaba en el potrero para que viniera, cortaron las noticias y volvieron al partido. Ya estaba perdiendo Brasil uno a cero; pero eso no me importó, porque aunque mamá y Alonso no me creyeron lo de don Constantino, y por el contrario me dijeron que dejara a ese bandido tranquilo que ya Dios se encargaría de cobrarle sus culpas, aunque yo creo que ya está cerquita del infierno, me alegré; no tanto de su muerte, sino de saber que allá en Bogotá, en su sepelio estará Luisa, que ya sé dónde encontrarla.

 

Porque no creo que lo entierren en el pueblo. Alonso dice que unas tierras tan fértiles como estas, tan bondadosas, no resisten los restos de un hombre como don Constantino, que donde lo entierren, no volverá a nacer nada en muchos metros a la redonda, que la tierra se volvería árida. Y que tal que lo sepulten en su finca y se nos mueran todos los cultivos por estar tan cerca.

 

Yo sí creo lo que dice Alonso. Porque en cambio, allá en el cementerio, donde enterramos a papá, crecen unas flores y un prado hermoso, verde, verde, porque él era muy bueno.

 

Ya no voy a esperar a cumplir los catorce. El día es hoy. Si no me voy para Bogotá esta noche, nunca más volveré a ver a Luisa y además, ella debe estar muy mal allá, muy sola con su mamá. Y yo que sé la falta que ella me hizo en el velorio de mi papá, me imagino cómo se va a alegrar cuando me vea llegar mañana.

 

No tengo ni idea cómo ni con qué voy a ir a Bogotá. Pero ahora mismo le voy a decir a mamá que nos vamos para el velorio, que es el momento preciso para demostrarle a los demás y demostrarnos a nosotros mismos que somos capaces de perdonar a ese señor por la muerte de papá.

 

Me voy ya para el cementerio, le voy a contar a mi papa de la muerte de don Constantino. A él no le importará mucho; sufrió lo suficiente como andar con odios y rencores. Pero yo sé que se va a alegrar cuando le diga que voy a buscar a Luisa. A mi papá siempre le pareció una niña muy hermosa.

 

Tengo que apurarme a cortar estas flores para llevar a papá y a luisa. Hoy están más hermosas que nunca. Mi hermanita Sonia está feliz Jugando con sus muñecas, y mis bolitas de cristal están más brillantes, aunque hoy no tengo tiempo para jugar con ellas. Yo también estoy lleno de felicidad, el cielo está lleno de pájaros y de mariposas. Y es que al fin y al cabo, sin salir de casa, Tenemos de nuevo el arco iris de todos los colores después de muchos años.

 

FIN.

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